A
muchos de los críticos de las conversaciones de la Habana se les olvida que en
cincuenta años de confrontación armada el país registra los índices más altos
de víctimas de que se tenga conocimiento en el mundo, un desplazamiento
perverso y nefasto, muerte indiscriminada, desolación y pobreza en grandes zonas. El presidente es consciente de
lo difícil del proceso, de los riesgos políticos que el mismo implica y de lo
escabroso de la agenda que se desarrolla en la isla caribeña, de igual manera
sabe cómo los enemigos del mismo no descansaran hasta verlo frustrado. Las
conversaciones están sometidas a todo tipo de presiones, a la terquedad de un
grupo insurgente que aún no acepta su anacronismo y a las posiciones
intransigentes de un derecha implacable que solo ve la salida armada como
posibilidad real. El tema de la participación política constituye uno de
los ejes más importantes en estos diálogos y es un hecho que del mismo depende buena
parte del existo de este proceso.
Las
conversaciones de paz, centradas en el tema de la participación política en
este momento, se cumplen de acuerdo a la bitácora diseñada por las partes.
“Ambas partes continuaron avanzando en la discusión del segundo punto de la
agenda sobre participación política, señaló un comunicado conjunto, leído a la
prensa por el miembro de las FARC Andrés Paris en el Palacio de las
Convenciones de La Habana, sede de las negociaciones. Durante el ciclo, el más
corto desde que comenzaron las negociaciones en noviembre de 2012, cada parte
presentó su visión general sobre participación política, iniciando con el tema
de garantías para el ejercicio de la oposición, como un elemento
esencial para la construcción de un acuerdo final, dice el comunicado. El
Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)
"intercambiaron propuestas sobre derechos y garantías para el ejercicio de
la oposición política en general, y en particular para los nuevos movimientos
que surjan luego de la firma del acuerdo de paz”.
No
es buena la situación económica del país y está claro que los grandes proyectos
del país no arrancan. La delincuencia común
y las Bacrim están desbordadas lo que no deja de ser un obstáculo más a los diálogos
y caldo de cultivo para los opositores.
Lo bueno, la agenda legislativa en materia de paz se cumplió con todo
rigor, el congreso fue absolutamente responsable en esta materia y el gobierno
tiene los instrumentos jurídicos que le permitirán cumplir con los acuerdos. Las
partes deben entender que estas conversaciones generaran una plataforma que
permitirá la inclusión del grupo subversivo y la reparación de los daños a las víctimas
del conflicto en un proceso largo y engorroso, que compromete a todo el país,
esto en carta blanca quiere decir que no todos los temas se deberán resolver en
la Habana. Lo expreso porque hay una
terquedad perversa y un atavismo nefasto en algunas posiciones tanto de la FARC como del
gobierno que no se explican y realmente son un palo en la rueda.
La
popularidad del presidente está en su peor momento. Son más los opositores y contradictores de la
agenda de la Habana que las personas que
entienden de su importancia de estos acuerdos y lo necesario que tengan éxito.
Vivimos una especie de escepticismo generalizado, como sí cincuenta años de
violencia nos hubiesen acostumbrado a esta atípica convivencia con la violencia
que nos impide entender a carta
a cabal lo que está en juego en la Habana. Ahora que estoy leyendo todo sobre
el líder Mandela comprendo la grandeza de su espíritu. Lo cito, porque el
presidente Juan Manuel ha hecho una apuesta muy grande y sabe los sacrificios
políticos que el proceso implica. Los diálogos deben asumirse y desarrollarse bajo esta lupa
y confiamos en que el primer mandatario no ceda en este propósito frente a la
escalada que viene haciendo la oposición de derecha, alborotada por razones que
todos conocemos y que tienen que ver con la propiedad rural, los poderes
enquistados en un siglo de violencia y las próximas elecciones que definirán el
futuro del país. Esperemos que el gobierno tenga la sabiduría para sacar la
agenda de la Habana adelante.