Estamos
muy lejos de tener un manejo civilizado de los conflictos políticos. En
plena apertura del siglo XXI, se suponía que superaríamos los problemas de
violencia gracias a la revolución de las TIC, a los procesos de apertura en
curso, la globalización y la consolidación de la democracia. No ha sido
así. En los últimos meses, Egipto ha vivido una violencia descarnada, el mundo
presenció hace tres días un verdadero baño de sangre, que demuestran cuan
alejados estamos de esta situación ideal. Conocer lo que está en juego en este
país resulta de suma importancia para descifrar el tipo de
confrontaciones de tipo cultural e ideológico, para no decir que religioso que
aun están vigentes.
Algunos aspectos históricos
nos ayudaran a entender mejor estos sucesos. La matriz del conflicto en Egipto
nació del proceso de occidentalización aperturado por Gamal Abdel Nasser,
hombre fuerte del ejército y después presidente del país, quien impulsó cambios
estructurales por encima de los musulmanes que han pretendido implantar un
Estado islámico basado en la sharia y el rechazo a la influencia occidental en
el país. Luego, bajo la presidencia de Anwar Sadat y después, con Hosni
Mubarak, este grupo religioso, vivió a la sombra, aprovechando el descontento
popular con este último para promover la figura de Mohamed Morsi, que tras la
caída de Mubarak, es elegido presidente. Ellos pretenden ser referente de la
vida en Egipto.
Recordemos
que los Hermanos Musulmanes son los islamistas con más tradición y
los que más trabajo han hecho en los sectores desfavorecidos de Egipto, a
través de la asistencia benéfica y trabajos de cooperación en barrios urbanos
con menos acceso a infraestructura. Supieron manejar los hilos de la revolución
egipcia que estalló a comienzos del 2011, y después de la caída de Hosni
Mubarak en febrero del 2011, su representante Mohamed Morsi fue elegido en las
primeras elecciones presidenciales democráticas que celebró el país en su
historia. Es importante tener en cuenta que Mursi y su entonces contendor Ahmed
Shafiq, que representaba el continuismo de Mubarak, eran el representante de
dos antiguos fenómenos del escenario político del país: el militarismo y la
religión. Cuando ganó Mursi se invirtieron los papeles, y los islamistas que
habían estado reprimidos por décadas subieron al poder. Pero esto no cambió
demasiado el status quo. Como Kersten lo anticipó, se mantuvieron los dos
puntos de gravedad sobre los que se soportó el régimen de Mubarak. El pueblo,
después de toda una revolución que pretendía lograr reformas hacia una
democracia de tipo occidental, vio en cambio reemplazar el sable por el
turbante. Egipto, importante recordarlo, tiene una juventud preparada, con los
ojos puestos en lo que pasa en el mundo, actualizada por lo tanto, moderna, que
clama por una apertura real al mundo por encima de los dogmas de la fe y espera
la consolidación de la democracia en su país. Las redes sociales le han servido
de plataforma para defender estas aspiraciones. En contrapeso está el otro
país, islámico, tradicional, dogmatico y que piensa en imponer un estado
religioso, basado en los principios del Corán.
Hace dos
tres días este país conoció uno de los peores hechos violentos: Más de 400
muertos, todos civiles inermes. Recordemos que Durante semanas, decenas de
miles de partidarios de Mohamed Morsi, el derrocado presidente y la Sra.
Hussein, habían anticipado un ataque militar contra su
sit-ins. Construyeron barricadas de sacos de arena, ladrillos y acero. Pusieron
guardias en las entradas. Se reunieron palos y piedras. A pesar de
sus preparados, sabían que el ataque finalmente vendría. El desalojo se hizo a
sangre y fuego. Estados Unidos sabe del papel que juega Egipto en oriente y no
puede mirar con indiferencia lo que pasa en esta parte del mundo. Estamos lejos
de ver una resolución pacífica del conflicto, pero es de esperarse que las
fuerzas en tensión terminen enfrentadas pacíficamente en unas elecciones, esto
depende de muchos factores, esperaremos que suceda de esta manera, pero está
claro que estamos lejos que en buena parte del mundo está lejos de manejar con
algún grado de civilización este tipo de confrontaciones y que además el
problema religioso sigue siendo un eje vital en oriente que occidente no puede
desconocer.