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domingo, junio 12, 2016

LAS ELITES EN LA COYUNTURA POLITICA DE COLOMBIA

Esta semana han aparecido sendos artículos que hablan de las élites en Colombia. El tema es más importante de lo que imaginamos y no se entiende como no ha sido estudiado con el rigor que amerita. Antes de morir Nicanor Restrepo publicó un libro, fue su tesis en la Sorbona en una maestría de historia, sobre las élites en Antioquia.
Leí varios artículos muy lúcidos de López Michelsen al respecto. "El término francés élite es el sustantivo correspondiente al verbo elire (escoger) y hasta el siglo XVI, fue tan solo choix (elección, acción de escoger)" (Ferrando, 1976, p. 7). En el siglo siguiente adquirió más que todo un sentido comercial, para designar a los bienes de calidad especial y fue en el siglo XVIII, cuando se empezó a determinar mediante esta palabra a algunos grupos sociales y, con tal sentido pasó al inglés. Elite empezó a constituirse en el significado que hoy es usual durante la Belle Epoque, y se difundió extraordinariamente al socaire de la boga de los autores "Maquiavelistas" en el primer tercio del siglo XX. Así entonces, en el amplio sentido, se indicaba con esta palabra a quienes tenían las más altas aptitudes frente al promedio general y, en un sentido más restringido, se refería al grupo que G. Mosca denominó "clase política". Más tarde W. Pareto, hace una distinción entre "Elite no gobernante" y "Elite gobernante", que ejerce el control efectivo del poder”.
Nuestro territorio ha sido manejado por una élite desde la conquista. La corona española fue sembrando una clase dirigente que término convirtiéndose  en la élite, se fortaleció no solo a través de la burocracia sino del acceso a la tierra y los privilegios comerciales, esta elite manejó  los hilos del poder en todas las instancias durante este periodo y se convirtió en la clase dominante. Está clase con el tiempo (Tres siglos largos que conocemos, como la colonia) fue la que lideró la independencia en un momento histórico muy especial. La república, la Colombia de los últimos 200 años,  se podría narrar desde la perspectiva de las élites, estas han manejado el poder desde su nacimiento y podría afirmarse que el país de hoy, lo bueno y lo malo que nos sucede, se lo debemos a ella. Curioso, nunca hemos tenido un presidente de talante popular como ha sucedido en casi todos los países de Latinoamérica.
Tomaré el termino élite como lo hace Nicanor Restrepo en su texto: “Cuando se habla de élites, se hace referencia a un grupo de gentes que, en palabras de Coenen-Huther ocupan posiciones estratégicas que les permiten ejercer una influencia perceptible sobre los procesos de toma de decisiones. Las personas que ejercen influencia  y dirección social, política y económica o empresarial están provistas de prestigio, privilegios y otros símbolos de status  que refuerzan sus posiciones frente a la sociedad, la cual se les reconoce esa calidad; de este modo, dichas personas conforman las que en este trabajo denominamos elites políticas y elites patronales”[1]. Wrhites Mills categoriza: “gobiernan las grandes empresas, gobiernan la maquinaria del Estado y exigen sus prerrogativas, dirigen la organización militar, ocupan los puestos de mando de la estructura social en los cuales están centrados ahora los medios efectivos del poder y la riqueza y la celebridad de que gozan”. Maria Jimnez Duzán en su columna de esta semana escribe: “En su última columna en El Tiempo, Carlos Caballero Argáez se refiere a la responsabilidad que le compete a las elites norteamericanas en el surgimiento de un frankenstein como Donald Trump, y se pregunta si las colombianas con su miopía no son acaso las causantes directas de la tremenda polarización que vive el país. Unas elites que, según él, no han servido para mitigar los ánimos ni para establecer puentes, sino para echarle más leña al fuego y agudizar la polarización”.
El país en los últimos cien años ha sido manejado por la misma clase dirigente. Desde el gobierno de Alfonso Reyes a principios del siglo XX se vienen turnando en el poder y desde el mismo se apropiaron paulatinamente: Del sector productivo, de la mayoría de las tierras con vocación agrícola y ganadera, de la minería, de los puertos, de los grandes centros educativos,  pero sobre todo del poder político en cual se han perpetuado. Los Ospina, los Lleras, los López, los Sardi, los Irragori,  los valencia, para solo citar algunos apellidos emblemáticos, hacen parte de esta clase que esta anquilosado en el poder, están articulados con las élites regionales en un escalonamiento y entrecruzamiento de intereses  desde donde manejan el país. La violencia, el conflicto como tal, son una expresión de la exclusión,  la inequidad y  la ceguera de esta clase que desde los factores reales de poder, por omisión o acción han generado mucha violencia. Los acuerdos de la Habana son en esencia  un reconocimiento de la otra Colombia, la excluida,  este acuerdo y proceso, tiene una férrea oposición de clase, una élite, la más conservadora y recalcitrante, se opone ferreamente a los acuerdos, en los últimos días empezó la recolección de firmas para tumbar el plebiscito que refrenda el proceso de paz, considera la guerrilla y los grupos armados como terroristas, desconoce de plano su condición histórica. No se entiende como no esperan la votación y se expresan a través de ella como corresponde.  Esta oposición, siendo legítima, está llena de mentiras, siembra miedos inexistentes y tiene una lectura perversa del proceso de la Habana que confirma la visión de clase que siempre ha caracterizado a este país. Se le olvidó que los grupos armados tienen una genealogía muy compleja que es imposible desconocer.
Encontré un trabajo en la  red que sintetiza muy bien este momento “En primer lugar, en medio de la persistencia del conflicto social armado, se realizan ingentes esfuerzos por lograr una solución política reflexiva, permanente y consensuada. En segundo lugar, la Mesa de conversaciones de La Habana ha conformado una Comisión Histórica, que intenta construir una memoria plural y democrática sobre los orígenes, causas e impactos de ese largo conflicto en la población. Un acto que expresa la necesidad de memorias hermenéuticas y laboratorios de paz, en el campo del pensamiento histórico, a la vez que refrenda la aseveración de Marco Palacios acerca de la urgencia de asumir nuestros relatos históricos: “A diferencia de los venezolanos, hemos tenido a nuestra disposición no una sino varias historias patrias monumentales (bolivariana, santanderista, bipartidista…), historias de gobierno e historias de oposición”. En tercer lugar, las voces de las víctimas han adquirido centralidad y visibilidad, como condición ineludible y previa de su finalización. Los motivos y justificaciones de esa centralidad de las víctimas pueden ser divergentes, pero la conciencia de su urgencia es manifiestamente colectiva. Esta naturaleza inédita del proceso colombiano conlleva una inmensa responsabilidad ética y reflexiva. La comunicación argumentada, la solidaridad con todos los afectados y el respeto a las diferencias, son condiciones éticas que debemos cuidar con esmero en todo este proceso de finalización del conflicto. La reflexividad en las decisiones, la lucha contra los dogmatismos, el respeto por la investigación académica y la imaginación creadora, son consejos importantes, al subrayar que no existen modelos para imitar, ni fórmulas preestablecidas para enfrentar tal complejidad y singularidad frente a este desarrollo peculiar de nuestra República”.[2] Y termina con un cuarto punto magistral: “Cuarto, arrogarse la decisión de que, en épocas de crisis, es urgente el llamado a la teoría y resaltar que una investigación histórica sin contenido conceptual podría ser cómplice de la perpetuación de la barbarie. Ningún trabajo histórico puede estar al margen de los desarrollos filosóficos, de los debates políticos, de los métodos o de las reflexiones, que otros saberes hacen sobre lo social y lo humano. Amén de rememorar la constante evocación del filósofo colombiano Guillermo Hoyos, de exigir a las ciencias un diálogo constante con la reflexividad crítica de la Filosofía, en la vía de retomar la afirmación de uno de sus maestros, Max Horkheimer: “El desprecio de la teoría es el inicio del cinismo en la vida práctica”[3].
El gobierno tiene dos tareas puntuales frente al acuerdo con la FARC: Un proceso de sensibilización y comunicación masivo, claro y acelerar la firma del texto final. El presidente tiene que ser consciente que existe un grupo muy fuerte de corte casi fascista que solo ve en la guerra y en los procesos de exclusión la salida a nuestro conflicto, que están dispuestos hacer lo que sea para acabar con el proceso de la Habana, Colombia ya ha vivido momentos históricos de regresión muy peligrosos.  
La columna de Maria Jimenez Duzan remata con una afirmación muy fuerte: “Sería un error histórico que nuestras elites optaran por el statu quo por culpa de su miopía y de su arrogancia. Hasta ahora han salido indemnes de todos sus entuertos. Lograron frenar los efectos de la gran reforma del 36 concebida por Alfonso López Pumarejo, impulsando una contrarreforma que dio al traste con la reforma agraria, hecho que nos retrasó en la historia unos 60 años. Décadas más tarde, lograron sepultar la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo en el Pacto de Chicoral, que también nos devolvió aún más en la historia. Cooptaron a un outsider como Álvaro Uribe, pero cuando este quiso quedarse en el poder movieron sus cuerdas para sacarlo a gorrazos, como lo hicieron años atrás con el general Rojas[4] .







  








[1] Empresariado Antioqueño y sociedad. 1940-2004. Nicanor Restrepo.
[2] dimensiones políticas y culturales en el conflicto colombiano. Zubria Sergio. Centro de memoria histórica. http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/comisionPaz2015/zubiriaSergio.pdf
[3] Ibidem