Rosa Montero tiene una
peculiar manera de ver la vida y la muerte, es un tema obsesivo en su obra. El
tema de la muerte lo trata desde la visión de un androide en una de sus mejores
obras y desde un personaje, Bruna, que al saber que va a morir, pues se le ha
olvidado que es mortal, va contando los días que le quedan en medio de un yo
inmenso, que lo abarca todo, se da cuenta que en dos parpadeos nos morimos, en
dos parpadeos se morirá la próxima generación y en dos parpadeos seremos
olvidados. Todo en medio de un mundo hermoso, una vida cargada de deseos y una
conciencia universal que comprende trágicamente cuan pequeños somos. Traigo a
colación el tema porque el sábado se cumplen dos años de la muerte de mi esposa
Ana Isabel, todos los días desde que se fue, después de un cáncer
lacerante que se la llevó sin ninguna licencia, pese a que he sabido lidiar con el
dolor y la ausencia que me pesa mucho, nunca dejo de pensar en lo bella que
es la vida y lo injusta al tiempo, paradoja que domina todo el espectro de
nuestra existencia, tal vez porque no hemos comprendido la muerte como realidad inexorable de la que nunca escaparemos. Heidegger trabajó este tema. Al tratar de responder
este interrogante expreso como a priori la distinción entre el temor y el
miedo”: “El miedo encuentra su origen en algo
externo. Siempre se tiene miedo de una persona o cosa determinada, no obstante
solo un ser que se preocupe por su Ser puede sentir miedo. Al tener miedo el
hombre se preocupa por su propio ser-en-el-mundo.
El temor no encuentra
su origen en un objeto determinado y definido. Lo que al hombre le inspira
temor es el mundo como tal. En el temor el mundo se le aparece al hombre
irremediablemente en toda su nada. Un mundo que es ajeno a él. En el temor el
hombre se encuentra a sí mismo como un ser arrojado a un estado en el que no está a gusto, y si
trata de escapar de este hecho duro, si se refugia en el ser uno-como-muchos (das Man),
su ser, su existencia se vuelve inauténtica”. “El temor es lo que constituye el
significado propio, genuino y auténtico del yo. En el derrumbamiento el hombre
se escapa de sí mismo, de su ser auténticamente el mismo, en última instancia
de su ser hombre. En el temor el hombre se enfrenta con su ser como proyecto inacabado, su ser
como posibilidad. El hombre
ejerce la ejecución de su propio ser, pero siendo un proyecto caído. Caído
porque aún no adquirido perfecto dominio sobre sí mismo. El temor descubre en
el hombre la posibilidad de ser proyecto, y esta posibilidad es la muerte.
La muerte es entendida
entonces como fin del ser potencial del hombre. La muerte es el fin de todo
proyecto, o dicho de otra manera, todo proyecto se acaba con la muerte. Por
consiguiente todo temor es temor a la muerte”[1].
En mi vida y en mi
casa, que es como decir, en el universo de mi existencia, Ana está más presente
que nunca. No solo es una guía constante de mis actos, desde el amplio espectro de lo que
significó su vida, sus enseñanzas y por su puesto su partida, con este hecho
entendí lo efímero que somos, no porque no lo supiera antes, sino porque no lo
había asumido realmente, aprendí entonces lo valioso que constituye cada minuto de la existencia,
como perdemos tiempo en cosas banales, la mayoría de veces la vida es una
constante sumisión total a cosas que ni siquiera comprendemos. Heidegger
precisa con absoluta contundencia: “Pero la muerte es parte constitutiva de la
vida del ser del hombre. El hombre desde que nace comienza a morir, comienza a
vivir con la muerte. Tan pronto como el hombre viene a la vida ya es lo
suficientemente viejo para morir.
La muerte no es, o no debe ser, un hecho vivido externamente sino que debe ser
vivido como algo intrínseco a la propia vida del hombre. Mas el
hombre, en su cotidianeidad, en su praxis, es absorbido por el anonimato”. Veo a mis hijos, con todo el potencial y la
arrogancia que les brinda una juventud cargada de posibilidades y pienso en
como los afectaría positivamente la partida de su madre…cómo dejar de ver este
hecho como tragedia y en cambio asumirlo como una realidad que nos vívifica….apenas somos un soplo
en el inmenso infinito de la existencia universal………Cada uno de nosotros debe
entender que el tiempo es lo único que tenemos y como lo enseñó Seneca en
la “Brevedad de la vida”: “La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y
la pérdida del día de hoy”. No quiero estar triste en el día del aniversario de su muerte….pienso que su presencia es total…que el río de la vida debe
continuar…y pese a que la muerte está ahí…la vida es con lo único que
contamos. Seneca también expresó: “La tristeza, aunque esté siempre
justificada, muchas veces sólo es pereza. Nada necesita menos esfuerzo que
estar triste”. Ahora, en mis rutinas pienso en Ana como grata compañía…en las mañanas
cuando despido a mis hijos digo: Soy Ana y Cesar……Cuando los espero en la noche
con angustia por los temores que no avizoran los adolescentes, sufro en silencio
y pienso: Estoy con Ana…Estamos esperando a los hijos… Siento su
presencia..su fuerza, esta ahí, siempre a mi lado……Cuando hago algo en lo que se que no estaría de acuerdo, siento su mirada……Ahora, sabiendo lo implacable que es la muerte y lo corta que es la vida la pregunta es: Qué dejamos cuando nos vamos….cual es legado…Ana dejó tres hijos formados para la
vida. Les enseñó una manera correcta de enfrentar la vida, de encararla sin mentiras, ellos son: Alegres, positivos, responsables………Están agradecidos con su legado, qué más le podemos pedir a la existencia, sino es otra que gozarse la vida…Ana llena siempre de luz y alegría este hogar…no la recordamos, la vivimos.